top of page

Acerca de

SOY LA PUTA DE MI AMO

MIGUEL

Estaba en el cine con una amiga que me gustaba mucho y quería cogérmela, cuando el celular vibró en mi bolsillo; lo miré de reojo y me di cuenta de que era Pablo. Un cosquilleo se concentró en mi Pito Chico y, aunque tenía muchísimas ganas de ver esa película y, sobre todo, con aquella nalgona, me tuve que disculpar y salir corriendo, pues no podía decirle que no a mi amo.

 

   Veinte minutos después, llegaba al edificio con mi corazón latiendo a mil. El mensaje por el que estaba ahí ordenaba: “Ven ya al departamento. Te estamos esperando.”, y ese plural era lo que más nervioso me ponía. Resulta que Pablo y yo vivíamos en el mismo edificio, por lo que antes pasé a cambiarme como debía hacerlo siempre que mi amo me llamaba: con un traje sexual de mucama que dejaba muy poco a la imaginación; salí así con el riesgo que siempre corría a que los vecinos se dieran cuenta de mi mariconería, aunque afortunadamente no vi a nadie durante el trayecto de dos pisos que me separaba del departamento de mi amo. Golpee la puerta y esperé impaciente...

 

   La puerta se abrió y ante mí apareció una figura distinta y desconocida; se trataba de un sujeto grandote y tosco, más alto y ancho que Pablo, que tenía un aire intimidatorio y una impecable barba de candado. El miedo recorrió todo mi cuerpo y no supe que hacer, me quedé paralizado y agaché la mirada; mis medias de red y el uniforme cortísimo y muy ceñido, así como la peluca rubia platinada que caía sobre mis hombros, delataban mi putería ante ese extraño que se reía con burla.

 

   “¿Llegó mi puta?”. Al escuchar la voz de Pablo, me tranquilicé. El sujeto abrió la puerta de par en par, con lo que pude ver que mi amo se encontraba con dos hombres más, aparte de quien me abrió la puerta, que no dejaba de mirarme de arriba a abajo. Todos estaban vestidos de oficina, con sus camisas fuera del pantalón y abiertas hasta la mitad. Sobre la mesa de la sala había vasos de whisky y habanos.

 

   “Sí, parece que sí. ¿Tú eres la puta de Pablo?”, preguntó el mastodonte, a lo que respondí: “Sí, soy la puta de mi amo Pablo”. Al decir esto con total desvergüenza, el tipo se pegó a mi cuerpo y me olió el cuello, mientras su mano tosca y dura se apoderaba de mis nalgas. “Un gusto, marica, soy Osvaldo”, anunció el tipo y, mientras separaba su cuerpo del mío, su mano pasó de mi culo a la entrepierna, apretando despacio mis pequeños huevos, con lo que me hizo sentir humilladísimo.

 

   Hecho esto, me tomó de la mano y me llevó a la sala, sin que pudiera creer lo que estaba pasando. Hacía ya varias semanas que me había convertido en la puta a domicilio de Pablo y ya me había sometido a diversas humillaciones que en otra ocasión narraré, pero jamás me había exhibido ante nadie. Y ahí estaba yo, grotescamente vestido de mucama y siendo presentado a un grupo de hombres cincuentones como mercancía, de la mano de Osvaldo que me hacía dar vueltas como muñeca de cajita musical. El resto de los sujetos aplaudían y proferían vulgaridades que preferí no escuchar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   De repente, sentí una mano subiendo por el interior de mis muslos hasta mi entrepierna; unos dedos arrugados rozaron mis huevitos y un dedo índice buscó acercarse a mi ano. “Soy Ricardo”, se presentó el dueño de la mano. “Yo soy Adrián”, acotó el último desconocido. Sin responder, permanecí de pie inmóvil, en parte por miedo y pudor, pero también porque no sabía qué pretendían hacer conmigo. No estaba acostumbrado a los grupos.

 

   -  ¿Dónde estabas puta?  -, preguntó mi amo sirviéndoles whisky a sus invitados.

   -  En el cine, señor.

   -  ¿Y qué hiciste cuando te escribí?

   -  Vine hasta acá, amo.

   -  ¿Con quién estabas en el cine?

   -  Con una amiga.

   -  ¿Y la dejaste solita? ¡Pobrecita! ¿Por qué?

   -  Porque me llamó usted, señor.

 

   Risueño, Adrián cuestionó: “¿Dejó sola a su novia para venir a ser nuestra sirvienta?”, a lo que Pablo contestó: “Las putas siempre acuden corriendo al llamado de su macho. ¿No es cierto, puta?”. Mirando al suelo, afirme con la cabeza y un “Sí, amo”, mientras mi amo se levantaba para acercarse hacia mí, mirándome fijamente, para luego ubicarse por detrás de mí y apoyar toda su humanidad en mi espalda, sintiendo todo su enorme bulto contra mis nalgas, buscando mi cuello con su mano y con la otra mi Pito Chico.

 

   -  “Prefieres venir a comerte la verga de tu macho que cogerte a esa golfa del cine, ¿no? ¡Dilo, puta!”.

   -  “Sí, señor. Prefiero venir a comerme la verga de mi macho”.

   -  “¿Tenías muchas ganas de mi nabo, puta?

   -  “Sí, amo, extrañaba mucho su reata”, afirmación que provocó la risa de toda la concurrencia, interrumpida por la voz de Ricardo, quien agregó: “Así que este maricón se anda cogiendo una golfa?”.

 

   “Pero qué va a coger este puto, no me hagas reír. Muéstrale tu verguita a mi amigo”, me indicó Pablo, lo cual obedecí inmediatamente, muy a mi pesar, dejando exhibido ante ellos mi Pito Chico de cuatro centímetros, enfundado en una tanga naranja. Las risas fueron estrepitosas, aderezadas con comentarios hirientes hacía el tamaño de mi grano.

 

   -  “No saben lo buena que esta la golfita esa con la que sale este maricón, pero no se la coge porque yo no lo dejo y él me obedece. ¿O no, pendejo?”.

   -  “Sí, amo Pablo”.

 

   “Igual le estoy ahorrando la vergüenza. Imagínate lo que diría la chamaca si ve su ridículo grano”. No terminaba la frase cuando me bajó la tanga hasta las rodillas, dejándome inmóvil, incluso cuando me levantó la falda. Las risas fueron más estruendosas  y así comenzó la noche. La primera hora fue de relativa tranquilidad, ya que sólo me dediqué a llevarles hielo y habanos, mientras jugaban al poker, soportando sus comentarios humillantes y varias manoseadas en mis partes íntimas. Sin embargo, con el correr del whisky, los señores comenzaron a ponerse más calientes y agresivos.

 

   “La puta madre”, se quejó Pablo, enojado tras perder otra pequeña fortuna en una mano. “Ven, puta, ven con papi, que necesito liberar la tensión. A esas alturas, yo ya conocía muy bien a mi amo y, estando en ese estado, lo mejor era no sólo obedecerlo al pie de la letra, sino dejarlo contento procurando obtener puntos extra, por lo que desde la puerta de la cocina me puse a cuatro patas y avancé hasta él moviendo bien las nalgas, como a él le gustaba. Todos rieron, admirando lo puta golosa que soy… alguno hasta aplaudió.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Sin importar la presencia de aquellos borrachos, abrí el cinturón y la bragueta de mi amo, tomando su enorme verga entre las manos, masturbándolo lentamente frente a mi cara. Continué mi labor durante dos minutos, mientras Pablo encendía un habano; me hizo una seña y yo, como buena puta, me metí todo su palo en la boca, sin preguntas ni reclamos. Escuchaba los insultos y se percibía la sorpresa de todos ante mi docilidad, mientras con los ojos cerrados intentaba abstraerme y dedicarme a lamer aquel delicioso cipote.

 

   -  “La tienes muy bien entrenada  -reconoció Ricardo, el más panzón del grupo-. ¿De dónde la sacaste?”.

   -  “Tuve suerte, ando mucho en esta movida y he conocido de todo: hombres, mujeres y travestis, pero nunca había visto un puto tan goloso y sumiso como éste”, respondió Pablo acariciándome la cabeza.

   -  “Es recontra marica, mira todo lo que hace por un poco de verga”, acotó Osvaldo pegándome una nalgada.

 

   “Si esto les sorprende, ésta será la mejor noche de su vida”, declaró mi amo riéndose por lo alto, agregando: “Miren esto: ¡A los ojos puta!”, mandó Pablo en tono firme y bajito. Inmediatamente, abrí los ojos y comencé a lamer su enorme pene lo más devotamente posible, mientras lo miraba fijamente. Todos reían y comenzaban a frotarse los paquetes, viendo como pasaba la lengua por el tronco de mi amo de la base a la punta, ida y vuelta, sin dejar de mirarlo.

 

   “Es tan obediente que no le importa nada, no dejará de chupármela hasta que me venga o hasta que le diga que pare, no importa cuánto le peguen o le insulten. Y lo más divertido es que, cuanto más humillen a este puto, más caliente se pone”. La descripción de Pablo era muy humillante, pero también muy acertada, por lo que me excité más y comencé a mover la cola como una perra que sabe que están hablando de ella. Sentí unas manos anónimas apoderándose de mi culo y un escalofrío recorrió mi cuerpo; aquellos dedos parecían disfrutar mucho de mis carnosas nalgas. Luego de un buen magreo a mis pompas, levantó la falda, corrió la tanga al costado y dejó caer mis dos pequeños huevos y mi miserable pito. Los manoseo un rato mientras admiraba lo dócil que era.

 

   “Miren esto”, pidió Pablo acomodándose, con lo que entendí el mensaje y pegué mi boca a su verga, sintiendo el glande hasta la garganta. Sumisamente recibí todos sus mecos en mi boca; lechazo tras lechazo fueron llenando mi boquita y los recibí agradecido. Cuando terminó de venirse, me tragué todo ese esperma sin sacar su palo de mi hocico de perra, talento que había adquirido y que estaba patéticamente orgulloso de él, solté el pito de Pablo sin dejar de lamerlo y, cuando salió de mi boca, estaba dormido y reluciente. Paso seguido, saqué la lengua mostrándosela a mi amo, quien acarició mi cabeza orgulloso de que no hubiera dejado ni una gota. Sus amigotes chiflaron y aplaudieron, cada vez más calientes.

 

   “Yo quiero que me la mame también, Pablito”, exclamó Osvaldo, con lo que los otros se unieron al reclamo. “Hagámoslo así -contestó mi amo-: Yo ya perdí, así que quien gane esta partida se gana el servicio bucal de mi puta. Yo no quería saber nada de ese asunto, pues me sentía un objeto despreciable siendo ofertado así; además, una cosa era chupar la pija de Pablo y otra muy distinta andar lamiendo vergas de viejos extraños. No obstante, no tenía opción, pues no podía negarme a sus deseos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Mientras jugaban, abusaron de mi rol se mucama, solicitándome cosas constantemente que debía llevarles con una sonrisa, para ganarme un pellizco en las nalgas, situación que parecía gustarle a mi amo, porque decidió no intervenir. En una de tantas vueltas, Osvaldo me sentó en sus piernas y me decía cosas al oído, con su desagradable barba de candado raspándome la oreja, mientras su mano libre acariciaba mis muslos. Estuve así durante varias manos de póker, sintiendo las manos de este orangután por todo mi cuerpo, mientras me contaba como lo volvía loco: “Las putas como tú me encantan. Mientras las mujeres saben que tienen el poder sobre los hombres y abusan, las que son como tú, así mariquitas con el Pito Chico, son más agradecidas, porque saben que ése es su lugar. ¿No, bonita?, cuestionó mientras su asquerosa mano se colaba debajo de mi falda y con dos dedos masturbaba mi semi-erecto pitito. Yo me limité a asentir lo más femeninamente posible.

 

   Cuando la suerte de Osvaldo se acabó, temí por mi integridad, pues casi me arroja al suelo de un empujón, con lo que me hizo volcar su vaso de whisky. “¡Puta de mierda! ¡Mira lo que hiciste! Ahora mismo lo limpias.”, gritó enojado mientras sus amigos reían.

Sin quejarme, me coloqué en cuatro patas junto a él y acerqué mi cara al charco de whisky para lamerlo, sumisión que fascinó al borracho y me compensó, según él, con unas buenas caricias en mi culo expuesto, nalgueándome, a lo cual respondí moviendo la cola sumisamente, escuchando las risas divertidas de Pablo, quien pareció extrañarme, pues terminando la limpieza me llamó a su lado. Me acerqué a cuatro patas con la cabeza gacha, mientras escuchaba a Osvaldo denigrarme con sus comentarios, llegando junto a las piernas de mi amo, quien acarició mi cabeza y, casi sin esfuerzo, la colocó sobre sus piernas. Como buena perra, me dejé consentir y me acomodé en su regazo, notando que sus manos iban bajando a mi pecho, masajeando mis inexistentes tetas, al tiempo que sentía su ñonga despertando entre sus piernas.

 

   El póker continuó hasta que Adrián fue vencido por Ricardo, quien festejó entre risas y caladas a su habano. Al terminar su algarabía, me miró fijo lascivamente mientras se relamía los labios… yo sabía lo que me esperaba. Abrió los botones de su camisa, desabrochó el cinturón y dejó al descubierto su prominente abdomen junto con una verga de tamaño considerable, bastante peluda, pero poco cuidada, todo lo contrario a la de mi amo Pablo. Se quitó el pantalón, dejándose los calcetines y zapatos puestos, ofreciendo una imagen bastante desagradable; a continuación, abrió las piernas y llevó la mano a su pito. “Acércate, puta. ¡A lo tuyo!”, ante mi mirada consternada hacia Pablo quien, sin dejar de acariciarme, sonrió, tomó mi barbilla, me levantó la cara y me miró a los ojos ordenando: “Anda puta, cumple tu parte.”

 

   Tragué saliva y contuve las lágrimas, mientras caminaba en cuatro hacia él; durante el trayecto varias manos manosearon mis nalgas y, cuando llegué a sus pies, me arrodillé mirando su pene. Tenía un olor fuerte… desagradable y, aunque no era tan larga como la de Pablo, su grosor era bastante considerable. Ricardo se acomodó sobre el sillón y emitió una risa grotesca, en tanto que su reata comenzaba a crecer. Lo miré a la cara con mis ojos vidriosos, realmente no quería hacerlo, y como respuesta recibí una inesperada cachetada. “¿Qué estas esperando, puta? ¡Dale! ¡Métetela en la boca!”.

 

   Obedecí temeroso y dirigí mi boca abierta hacia su verga. “Para, para… primero lámeme los huevos”, indicó divertido, buscando la complicidad de sus amigos. “Sí, señor”, respondí y acerque mi cara a sus enormes huevos, apoyando la lengua en la base y soportando el sabor y el olor repugnantes, al tiempo que la deslizaba por toda su extensión mirándolo directo a la cara. Repetí esa lengüeteada varias veces, ejerciendo cada vez más presión contra sus bolas, que latían contra mi lengua. Sin esperar a que me lo ordenara, me metí una en la boca, sintiendo sus espasmos de placer, antes de repetir la misma operación con el otro huevo, para después concentrarme en el tronco, mismo que lamí varias veces hasta llegar al glande, introduciéndolo en mi boca.

 

   El olor y el gusto fuerte y salado, mientras contenía las lágrimas e intentaba hacer el mejor trabajo posible, se incrementaron cuando sentí su mano en mi cabeza presionándome. Estaba casi atragantado soportando toda la verga de Ricardo en mi garganta cuando me ordenó que levantara las nalgas y las meneara, orden que acaté como buena zorra mientras continuaba comiéndome su miembro entero, y no me soltó hasta después de mover la cola varias veces. “¡Uf! ¡Qué puta tan hermosa y obediente! ¡Cómo la chupa!”, expresó sin dejar de dirigir mi cabeza a su antojo, para después apoderarse nuevamente de mi culo, masajearlo y apretarlo con pasión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   “Tiene un culo hermoso -escuché elogiar a Adrián-, mejor que el de mi novia”, concluyó apretándolo y cacheteándolo, mientras yo seguía moviendo las nalgas, lo cual parecía excitar aún más a Ricardo, pues hundió de inmediato mi cara en su entrepierna con fuerza, aplastando mi frente contra su flácida panza y cogiéndome por la boca mientras me insultaba. En ese momento sentí como las manos de Adrián abrían mis nalgas y su lengua mojada se apoderaba de mi ano. Esa sensación, sumada a los comentarios e insultos de ambos, me volvieron loco y comencé a menear desesperado mi nalgadar, buscando profundizar el contacto.

 

   Toda esta pervertida escena estaba enmarcada por las carcajadas burlonas y comentarios del tipo: “Mira cómo le gusta a la puta. Mira cómo mueve el culo”, que fueron seguidas por múltiples nalgadas y órdenes para que me moviera más. A las chupadas de mi ojete se les sumó una mano traviesa que agarró mi pitito colgante y comenzó a masturbarme. A esas alturas, no me importaba nada de lo excitado que estaba, sólo me interesaba el placer que obtenía siendo abusado y humillado por aquellos ebrios que me trataban como su juguete personal.

 

   Ricardo apretó fuerte mi cara contra su entrepierna, bombeando con fuerza, hasta que inundó mi garganta de leche tibia y rancia: Cuatro abundantes chorros me llenaron la boca; tragué lo más que pude, a pesar de las arcadas, en tanto que el resto escapó por mis comisuras y se deslizó por sus huevos. Mientras, la lengua y la mano en mi ano y Pito Chico intensificaron su trabajo, motivando moverme con desesperación, como una perra en celo que busca a su macho, pero cuando empezaba a sentir los espasmos de mi inminente orgasmo, Adrián me soltó de golpe... Sentí una profunda decepción, mezclada con desespero, y me moví buscando un nuevo contacto que me permitiera acabar, pero resultó en vano y sentí como una única y dolorosa gota de leche se asomaba por mi glande y quedaba allí, sin fuerza suficiente siquiera para caer al suelo. Mi frustración era tan grande e incontrolable que, sin sacarme la verga de Ricardo de la boca empecé a aullar: “Por favor, señores. Hagan eyacular a esta puta golosa. ¡Por favor! ¡Se los suplico!”. La única respuesta que obtuve fueron carcajadas burlonas y un “Límpiame bien la reata, puta de mierda, que no te la tomaste toda”, por parte de Ricardo, a lo cual obedecí sin chistar.

 

   Cuando terminé de pasar la lengua y tragarme los restos de su leche, levanté la vista y, mirándolo directo a los ojos, saqué mi lengua para mostrarle que había cumplido su orden como buena esclava. Acto seguido, Pablo se levantó y repartió unas pastillas azules entre sus amigos, mientras Ricardo se levantaba dejando que su panza enorme cubriera su verga dormida; por su parte Adrián, al verme desde lo alto, se agachó, tomó mi cara entre sus manos y ordenó: “Abre la boquita”. Obedecí y escupió en el interior de mi boca, empujándome al suelo, posición en la que tenía acceso nuevamente a mi Pito Chico e instintivamente llevé mi mano a él para masturbarme y acabar con aquella frustración, pero la voz de mi amo Pablo me detuvo: “¡Alto! Ni se te ocurra tocarte puto. Eres nuestra puta, nuestra esclava, y tu placer nos pertenece. La noche apenas empieza”, concluyendo esa frase tomando su pastilla azul y bajándola con whisky, acto que repitieron los demás.

 

   Los observé desde el suelo, con la tanga corrida, mi verguita de fuera, mi cara llena de leche y saliva, y mi boca con pelos de Ricardo entre mis dientes. Eran cuatro hombres mayores, desagradables y muy morbosos. Me tenían a su merced, podían hacer conmigo lo que quisieran. Ya habían hecho conmigo cosas que nunca imaginé, pero lo que faltaba no tenía punto de comparación...

 

 

 

CONTINUARÁ…

Miguel01.jpeg
Miguel02.jpg
Miguel03.jpeg
Miguel04.jpg

© 2021 by CLUB PITO CHICO. Proudly created with wix.com 

  • Grey LinkedIn Icon
  • Grey Facebook Icon
bottom of page