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Acerca de

SOY ESPOSA, NOVIA Y PUTA

ALICIA

El siguiente relato es auténtico, y es sólo parte de mis experiencias sexuales desde que soy una mujer casada. Me llamo Alicia, tengo 31 años y soy la esposa ideal: joven, delicada, atractiva, elegante, de buen cuerpo y muy puta. Mi marido tiene 34 años y es fuerte, varonil y comprensivo, aunque tiene un defecto: es Pito Chico, su pene no mide más de ocho centímetros. Él comprende que mi cuerpo necesita un macho de verdad, que mis senos necesitan ser apretados por manos varoniles, que mis piernas ansían rodear un torso varonil, que mi panocha necesita su ración de carne. Sabe que necesito macho y está presto a complacerme, yo lo adoro por todo eso.

 

   Uno de nuestros pasatiempos eróticos por las noches siempre ha sido jugar cartas retándonos sexualmente. En uno de esas partidas, mi esposo propuso que me dejaría tener novio "oficial" si le ganaba; yo no podía creer lo que escuchaba, pero me atraía mucho su planteamiento, ya que semanas antes había ingresado a mi trabajo un chico llamado Jorge, con quien era innegable que había nacido una “chispa” y sus acercamientos eran cada vez más constantes e insistentes, por lo que ésta era una oportunidad única para dar el siguiente paso con Jorge. Afortunadamente, gané el juego, por lo que de inmediato exigí que cumpliera la apuesta, diciéndole que ya tenía un candidato. Ahora, gracias a la comprensión y apoyo de mi querido esposo, tengo un noviazgo con Jorge desde hace un año.

 

   Cuando estoy con mi novio, no dejo de besarlo y acariciarlo mientras vamos al cine, comemos o paseamos por el malecón de un puerto cercano al lugar donde vivo. Los fines de semana, mi esposo me lleva al departamento de mi novio, donde me coge riquísimo mientras el cornudo de mi marido se dedica a su trabajo. Sin embargo, en una ocasión,  Jorge tuvo que viajar por cuestiones de trabajo y durante dos o tres semanas no lo vería. Ya para el segundo fin de semana que no vi a Jorge, me sentía desesperada; hacía el amor con mi marido, pero me hacía falta la verga enorme de mi novio y, aunque quiero a mi esposo, su mini pene no me provocaba ya nada.

 

   Uno de esos viernes como a las nueve de la noche, mi marido me dijo que llegaría muy tarde, por complicaciones en su trabajo. Fue entonces cuando me decidí: Si Jorge había tenido el descuido de dejarme sola tanto tiempo, era justo que me divirtiera un poco. Me bañe y me preparé para ir a un antro yo sola: el vestido corto de lycra dejaba ver mis pequeños pero atractivos senos y mis delgadas piernas. Me vi en el espejo y me observé preguntándome: ¿Cómo este cuerpo tan delgado y delicado se come el enorme miembro de Jorge?, todo mientras me acomodaba los ligueros y mis medias blancas. Con zapatillas altas, maquillaje, vestido corto y mi figura, estaba segura que tendría varios hombres dispuestos a bailar conmigo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Pedí un taxi y me dirigí a un antro que sabía muy concurrido, y más los viernes por la noche. Encontré una mesa cercana a la pista, pues todavía era temprano y había algunos lugares para elegir. Bebí un poco de amaretto y fue cuestión de sólo unos minutos para que me sacaran a bailar. Bailé con tres hombres y estaba contenta, cuando un hombre mayor que yo me invitó a la pista y, mientras platicábamos sobre el lugar y otras nimiedades, intercambiamos teléfonos, pues me pareció serio y muy atractivo. A la segunda canción, me manoseó las nalgas. Al principio opuse resistencia, pero la debilidad femenina es nuestra perdición cuando se está en brazos de un portento de hombre como éste, que no podía contener.

 

   "¡Basta!", le dije de repente, separándome de él. "¿Cuánto cobras por toda la noche?", me preguntó así de repente y, aunque me sentí ofendida, mi tanga se mojó aún más que lo que se había humedecido por el agasajo que me dio. "Cobro muy caro, pero ya tengo cliente", respondí, armándome de valor y tratando de disuadirlo. "Pago lo que me pidas y hasta te voy a hacer llorar", amenazó al momento que me decía que me llamaría al día siguiente.

 

   Mareada y con la panocha ardiendo, salí del lugar. Cuando llegué a la casa, mi marido estaba acostado viendo la tele y casi lo violé. A los pocos minutos, estaba sobre su Pito Chico brincando y viniéndome una vez tras otra, más por lo que había vivido minutos antes que por lo que me provocaba su falta de virilidad. Cuando nos relajamos, me preguntó si había visto a Jorge, porque me notó caliente, y sin pensarlo, empecé a platicarle la agasajada que le dieron a su mujercita en el antro.

 

   "¿Así que quería cogerte?", cuestionó. "Pues hasta dijo estar dispuesto a pagar lo que pidiera por pasar la noche con él", confesé excitada otra vez. "¿Y si te llama para meterte la verga?", susurraba el cornudo en mi oído mientras dedeaba mi coño, pues su grano ya había eyaculado y se veía más pequeño aún, aunque pareciera imposible. "Que me coja" contestaba yo, ya fuera de control. Cuando me hizo venirme una vez más con sus dedos y sugerencias al oído, nos quedamos dormimos abrazados.

 

   Al día siguiente, él se levantó primero y me llevó el desayuno a la cama. Cuando terminamos de comer, seguimos fantaseando sobre mi "debut" como prostituta. Empecé a humedecerme otra vez y su mini pene se endureció, cuando mencionó que quería verme con la ropa que teníamos preparada para la ocasión: medias, ligueros, zapatillas y un camisón transparente, asumiendo que aceptaría darle las nalgas a aquel atrevido a cambio de una cantidad de dinero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Estuvimos fantaseando sobre mi supuesto "cliente" y el Pito Chico me pidió la tarjeta que me había dado por la noche con su teléfono. Tomó su celular y anunció que, mientras me bañaba, él se pondría de acuerdo con mi "cliente", lo cual desde luego tomé como broma. Me metí a bañar y el agua sobre mi cuerpo desnudo logro avivar más el recuerdo de aquellas manos sobre mi cuerpo, provocando que me masturbara al fantasear que me volvería una puta, entregándome a aquel hombre por dinero.

 

   El día pasó normalmente, al grado que llegué a abstraerme un poco de todos estos sueños húmedos, pero sin olvidarlos por completo. Al caer la noche, veíamos una película recostados en la cama, cuando puse mi mano sobre su casi inexistente bulto en el pantalón, buscando iniciar nuevamente un contacto sexual, pero mi marido retiró mi mano, indicándome que debía esperar por mi "cliente". Yo seguí el juego: "¿Y si tiene la verga muy grande? ¿Y si quiere que le dé el culo?"…

 

   En eso estábamos cuando sonó el timbre de la puerta y mi esposo fue a abrir. Grande fue mi sorpresa cuando me asomé a la ventana y me percaté de que se trataba del hombre que me manoseó la noche anterior, quien tomó asiento en la sala luego de que mi marido le pidiera que me esperara ahí, que enseguida salía. Al entrar en la habitación, el cornudo me sugirió: "Cóbrale caro y disfruta mucho", incitándome a debutar como piruja, mientras me quedaba sin palabras, con un calor que me iba subiendo cada vez más por la entrepierna.

 

   "Pues bien, si quieres que me prostituya, te complaceré", respondí con valor. Me metí al baño y me cambié con la ropa que habíamos comentado la noche anterior; al salir, el Pito Chico se tocaba sus miserias al verme vestida como puta y a punto de entregarme a aquel hombre que esperaba en la sala. "Hola", saludé al verlo y se quedó de una pieza cuando me vio así, mostrando prácticamente todo debajo de ese vaporoso atuendo. "Mi masajista ya se va", dije al tiempo de despedir a mi marido, que con la mirada me rogaba le dejara ver la escena, pero no le quedó más remedio que salir ante la mirada lujuriosa del "cliente". Ni modo, tendría que conformarse con imaginar lo que estarían haciendo con el cuerpo de su mujercita durante las siguientes horas.

 

   Lo tomé de la mano y lo llevé a la recámara. Con desesperación y lujuria, aquel macho me abrazó y besó mientras, con rudeza, metía sus dedos en mi pepa y en mi culo. Comencé a desvestirlo y pude observar con satisfacción que se trataba de un hombre de cuerpo atlético, con una verga de muy buen tamaño queriendo salir de su ropa interior. Se acostó en la cama y, tomando con sus manos mi cabeza, la acercó a su entrepierna, indicándome lo que quería. Posé mis labios pintados en su trusa, dejando una marca de labial, y pegué mi nariz a sus partes, ¡qué delicioso olor a macho emanaba por entre la trusa!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   No lo pude resistir, le quité la ropa interior y me abalancé hambrienta a besar, chupar y saborear ese hermoso y gordo miembro. Era mucho más grande que el de mi esposo y para mis adentros me felicité, por tener la suerte de que mi primera experiencia como puta fuera con un verdadero macho y no con un poco hombre como mi marido. Le acariciaba los huevos y las piernas, mientras chupaba y chupaba aquel hermoso caramelo pero, cuando sentí que terminaría, me detuve. "Me debes dos mil pesos", espeté de repente, añadiendo que serían tres mil si deseaba enfundar su miembro en mi panocha. Creí que protestaría, pero no: Se levantó de la cama, sacó su cartera y me entregó seis billetes de quinientos pesos. "Vaya negocio", pensé.

 

   Enseguida, guardé el dinero y me tomó con violencia, arrojándome a la cama boca arriba. Con rudeza, metió su cabeza en mi entrepierna y comenzó a darme la mamada de pucha más violenta de mi vida. Con mucha fuerza, sorbía mis jugos y sentía que se me salía hasta el alma por ahí, por lo que mis gemidos se escuchaban hasta afuera del cuarto. No sé cuántas veces me vine, pero cuando se retiró de mi vagina estaba mareada y débil. Se acostó y tomando su vergota con una mano me dijo que tenía que comérmela. Apenas pude incorporarme y metérmela en la boca. Estaba grande, tiesa y caliente; mientras la chupaba, me di cuenta de que sentía las piernas empapadas, con las medias pegadas a mis piernas con mucho sudor. Nuestros cuerpos estaban empapados.

 

   De pronto, su miembro creció aún más y sentí que me ahogaba; me tomó de la cabeza con sus manos y aunque quise retirarme no me dejó. Se vino en mi boca y sentí sus mecos muy adentro en la garganta. Era la primera vez que me comía la leche de alguien y no desperdicié ni una gota. Retiró un poco su miembro y pude tomarle sabor a su esperma… ¡De lo que me estaba perdiendo! Ni siquiera a mi marido le había permitido terminar en mi boca.

 

   Desfallecidos, quedamos acostados, uno al lado del otro. "Estuvo delicioso", me atreví a confesar al levantarme para tomar mis ropas, pero no me dejó. Me advirtió que vendría lo mejor, para lo que había pagado. "¿No está satisfecho señor?", pregunté y, sin responderme, me cargó y me arrojó a la cama boca abajo, levantándome para quedar en la famosa posición de “perrito”, acariciando bruscamente mis nalgas. "Por ahí no", rogué cuando trató de meterme un dedo por el culo. “No te preocupes, puta; lo que más anhelo es meterte la verga por la cuca”. Con rapidez, sacó un preservativo y se lo colocó en la verga, mientras lo observaba empinada y me preguntaba si, después de tanta leche depositada en mi boca, tendría más para rellenar el preservativo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Sin demora, me clavó toda su virilidad hasta el fondo. Mi apretada panocha tardó unos segundos en amoldarse a su verga y él se quedó así, sin moverse, sólo unos segundos, y de repente comenzó a bombearme frenéticamente, como si nunca hubiera tenido una mujer, tan rápido que se llegó a salir varias veces. No resistí, me vine nuevamente y sentí morirme de excitación cuando con sus manos intentó tomar toda mi cintura. Me tenía bien penetrada y mi vagina, de tanta venida, ya no tenía fuerza para apretar su hombría.

 

   Por un rato así estuvimos, luego me acostó boca arriba y se llevó mis piernas a los hombros. En esa posición, la penetración es total y hasta vi estrellitas. "¡Ya, ya!", suplicaba entre gemidos y grititos, peor él seguía embistiéndome con una fuerza increíble, mientras sentía morirme de tanto orgasmo. Bajó mis piernas y con ellas rodeé su cintura, por lo que a cada arremetida me arrancaba gemidos de placer y dolor; en esa posición me chingó hasta el fondo, mientras su brazo izquierdo lo pasaba por debajo de mi cintura estrechándonos aún más, en tanto que con la otra mano se agarraba de la cama, gimiendo de placer.

 

   Un grito que seguramente se escuchó en todo el vecindario salió de mi garganta mientras sentía como eyaculaba dentro de mí. Le creció tanto el palo que sentía que iba a reventarme y, de pronto, comprendí lo que ocurría: el condón se había roto y su leche inundaba mi vagina. “¡No! ¡No!”, le grite, pero se excitó más y siguió bombeando. Por fin, terminó aquel avasallamiento salvaje y, al sacar su pene, se escuchó un sonido, seguido de grandes cantidades de leche que salían de mi coño.

 

   Aún no me reponía de aquello cuando anunció que querría verme otra vez. Al marcharse me dio un ligero beso en los labios y me dejó ahí, bien cogida y agotada. Casi de inmediato, entró el cornudo de mi marido, a quien se le notaba excitado por su mirada lujuriosa. “¿Cuánto le cobraste?”, inquirió, a lo que respondí con la cantidad que me había dado aquel hombre. Me sugirió comprar más lencería, pues tenía hechas garras las medias, y también vestidos sensuales para mi nueva profesión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Se acercó y, al desnudarse, vi con desencanto su pequeña verguita, que no tenía nada que ver con aquello que me había perforado minutos antes. Se acostó a mi lado y me acarició con ternura, mientras me quejaba del dolor en mi vagina y todo el cuerpo. "Ya pasó, mi vida", me consoló, al tiempo que con su mano sobaba mi cuca, embarrándose por completo del semen de mi cliente. Aunque le dije que esperara a que me bañara, no quiso, me dijo que alguien tendría que limpiar todo ese estropicio y, acto seguido, puso su cara entre mis piernas, lamiendo con deleite mi panocha y comiéndose todos los mecos que le habían dejado a la puta de su esposa. Ante mi mirada de estupefacción, lamía con deleite, como si ese líquido blanquecino y espeso fuera el manjar más delicioso que existiera; un meco le colgaba de la nariz y, al percatarse, lo tomó con un dedo y se lo chupó cerrando los ojos, disfrutando el sabor del macho que se había chingado a su esposa.

 

   “Eres un cornudo maricón”, le dije sin pensarlo pero, en lugar de enojarse, me besó en la boca, al tiempo que se sobaba su grano con rapidez. Volví a saborear los mecos de mi cliente ahora de la boca de mi esposo, quien con la otra mano hurgaba en mi pepa, sacando restos de aquellos mecos y poniéndolos entre sus labios y los míos, disputándonoslos, intentando ambos comer más de aquel semen que salía de mi cuca, cuando sentí como su escaso semen mojaba un poco mi pierna y permanecíamos abrazados.

 

   El cansancio me venció y me quedé dormida un rato; cuando desperté, el Pito Chico me felicitó, asegurándome que estuve muy bien mi debut de puta, confesándome: “Gocé escuchando del otro lado de la puerta la cogida que te dieron, ramera". Platicamos y acordamos no mencionarle nada a Jorge, para que no se sintiera celoso. "No te apures, mi amor; me acostaré de vez en cuando con clientes así de potentes y bien dotados; a mi novio le diré que estoy contigo cuando trabaje de puta y tú, como buen cornudo, me cubrirás para que Jorge no se entere. Tú sabes que necesito de su verga para ser feliz y ahora también de los palos de mis clientes, pues tu cosita no me llena". Nos dormimos abrazados, al fin y al cabo somos una pareja muy feliz.

 

   Ahora, tengo un novio que me encanta, clientes que me cogen delicioso y me dan dinero, y la comprensión del cornudo de mi marido, el mejor esposo que cualquier hembra pueda desear, aunque sea Pito Chico.

FIN

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