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Acerca de

PITO CHICO DE VACACIONES

PRIMERA PARTE
ERNESTO

Para gozar del verano, amigos y amigas del trabajo decidimos irnos de vacaciones a la playa, donde alquilamos un apartamento. Éramos una pareja heterosexual, una pareja de lesbianas, dos chicas solteras y yo, el Pito Chico del grupo. Como ya te imaginarás, tenía muchas ganas de ligar con una de las dos chicas solteras pero, a la vez, temía que la cosa no saliera bien por el tamaño de mi pene y que encima propagaran por ahí que soy Pito Chico, ya que no me mide más de siete centímetros. En un principio me plantee que no trataría de intimar con ninguna de las chicas del grupo; más bien y si se daba el caso, procuraría ligarme una desconocida durante las vacaciones.

 

   Los primeros días no ocurrió nada fuera de lo común pero, a medida que iba pasando el tiempo, la confianza entre todos fue aumentando, por lo que las conversaciones de sexo, los chistes eróticos y los acercamientos medio en broma se fueron haciendo más comunes. Al tercer día, no sé si por putas o porque ya estaban un poco hartas de no aprovechar el sol a tope, mis compañeras de trabajo perdieron la vergüenza en la playa, cuando escuché: “Lo sentimos, chicos, pero vamos a hacer topless”.

 

   Fue como si me hubieran abierto las puertas del cielo, al ver ese hermoso espectáculo tumbado en un camastro con una cerveza al lado y el sol cayendo a plomo sobre mi cuerpo, que sólo estaba cubierto por una holgada bermuda. Apenas se estaban desabrochando el bikini, cuando sentí una erección súbita, súper rápida, por lo que tuve que darme la vuelta y ponerme boca abajo, temiendo que se notara. Madre mía, aquello era más de lo que me hubiera imaginado nunca: Entre risas y saltos nerviosos, desfilaban ante mí cinco mujeres mostrando las tetas. El casado seguía tan tranquilo, mientras yo sentía mi grano duro y, aunque su tamaño ayuda a pasar desapercibido, temía que me hicieran carrilla por una reacción como de niño de secundaria, por lo que seguí boca abajo casi veinte minutos más, intentando disimular. De reojo veía aquellas tetas y pronto mi lucha cambió por intentar no venirme ahí mismo, ya que además de Pito Chico soy eyaculador precoz.

   Luego de aquella calentura, provocada más por esas tetas al aire y los culos bamboleantes en tanga de mis compañeras, que por el sol inclemente, regresamos al apartamento con la idea de pasar la noche bebiendo y charlando. Nada más llegar, me disculpé y fui a darme una ducha, para ver si el agua fría hacía descender un poco la temperatura que tenía en la cabeza, pero de mi mente no salían aquellas tetas generosamente expuestas en la playa. Nada más quitarme la bermuda, escuché la música a alto volumen en la sala; supuse que algunos charlaban, mientras otros preparaban la cena, como ya era costumbre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  Al entrar en la regadera, inevitablemente comencé a masturbarme, pues seguía cachondísimo recordando el hermoso espectáculo en la playa. Cuando más concentrado estaba jalando mi Pito Chico, Claudia, una de las chicas solteras abrió la puerta; desde que llegamos, notamos que el seguro de la puerta del baño no funcionaba, por lo que, cada que uno de nosotros entraba, lo anunciaba a los demás, para evitar “accidentes”. Fuerte y claro, anuncié que entraría a bañarme, pero la música y quizá un descuido de Claudia contribuyeron a que me viera ahí, desnudo y con mi miseria en la mano, pues el baño tampoco tenía cortina ni puerta que separara la regadera de lo demás.

 

   Se le pusieron los ojos como platos y yo me quedé paralizado. Lo más vergonzoso no fue que me mirará masturbándome, ni siquiera que se diera cuenta del ridículo tamaño de mi grano; lo trágico fue que justo en ese momento eyaculé con potencia; no es que arroje mucho semen, pero la excitación provocó que me saliera una especie de chisguete, como si estuviera disparando un líquido blanco con una jeringa. No podía creerlo, se me caía el mundo encima y la cara me estallaba del bochorno, lo que contrastaba con mis intentos por controlar los disparos de mi mini verguita. Ella se llevó una mano a la boca, intentando contener sin éxito la risa que le provocaba la escena, la cual pronto derivó en una estruendosa carcajada. Y no era para menos: acababa de presenciar como un hombre de un metro ochenta eyaculaba con su Pito Chico de siete centímetros. Sin decir nada, dio media vuelta y salió del baño, mientras yo me quería morir. Alargando el tiempo lo más que podía, como si eso fuera a borrar el ridículo que había pasado frente a mi compañera, seguí duchándome con parsimonia y preocupación por que se ventilara lo que acababa de pasar.

 Durante la cena, no sabía dónde meterme. Permanecí callado, introvertido, dándole vueltas al asunto en mi mente, como si alguna idea que se me viniera de pronto pudiera borrar aquello. En contraste, Claudia se mostraba risueña y picara, muy conversadora, sin un sólo comentario, gesto o mirada que delatara lo que había pasado, como si todo hubiera sido un mal sueño. El alcohol empezó a circular profusamente, así como la charla de diferentes tópicos; algunos fumaban; incluso, Joaquín, el casado, encendió un puro no sin antes preguntar si a alguno le molestaba, a lo que todos respondimos negativamente, dada la apertura de pared a pared y de piso a techo de los ventanales del departamento.

 

   Envalentonados por la bebida y los comentarios cada vez más subidos de tono, aceptamos la propuesta de alguno del grupo para jugar: “Yo nunca, nunca…”. Es un juego en el que alguien empieza una frase con esas palabras y pone la disyuntiva a los participantes de contestar si hicieron o no lo que se dice en la oración; de no querer responder, la alternativa es beber un shot de aguardiente, acción que a veces hace evidente la respuesta. Luego de un rato jugando, se me heló la sangre cuando alguien dijo: “Yo nunca, nunca, he visto un hombre con micro pene”. Supongo que la cara se me puso de todos los colores, porque varios me miraron extrañados. A la aseveración, todos respondieron que no, excepto Claudia y yo; en mi caso y de manera muy torpe, elegí beberme el shot, pero mi compañera sólo se reía, sin articular palabra.

 

   Comenzaron las risas y las preguntas: “¿Quién?, dinos”. “¿Fue tal novio?”. “¿Aquel otro?”. Ella seguía riendo con evidente nerviosismo y mirándome disimuladamente por un segundo, negando que fuera alguno de sus ex. Cuando vi en sus ojos que me iba a delatar, preferí tomar la iniciativa y confesé: “Soy yo”… “¿Tú qué?”, cuestionó alguien más, sin entender lo que pasaba. La risa fue general, pero afortunadamente todo el mundo se lo tomó a broma y la conversación se desvió hacia otros temas, concluyendo la noche medianamente a salvo de la ignominia que había vivido. Después me enteré de que Claudia le había contado a Mónica, la otra chica soltera, lo que había visto en el baño y es por eso que ésta última fue quien hizo la extraña aseveración: “Yo nunca, nunca, he visto un hombre con micro pene”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   El día siguiente comenzó de manera parecida: Fuimos a la playa y, con mayor naturalidad, todas dejaron al descubierto las tetas, como si fuera algo común y corriente; esta vez, decidí meterme al mar para disimular la erección, pero algo había cambiado: Claudia y Mónica cuchicheaban, me miraban disimuladamente y reían, haciendo evidente el tema de la plática, a lo cual yo decidí hacerme pendejo, como si no me diera cuenta de sus burlas. Al cabo de un rato, también una de las lesbianas participaba del parloteo y de la mofa a mis costillas, lo cual me preocupó, pues el chisme se iba extendiendo irremediablemente, aunque decidí seguir haciéndome el desentendido.

 

   Llegada la noche, la conversación volvió a derivar en lo erótico y el tema del micro pene salió de nuevo a la plática por parte de alguien que lo recordó de la noche anterior. Tanto Mónica como Claudia soltaron la carcajada, en complicidad con las dos lesbianas quienes, evidentemente, ya conocían mi secreto; sin embargo, tanto mi amigo el casado como su esposa pusieron cara de sorpresa, al no saber qué era lo que les hacía tanta gracia. Desde la noche anterior, yo cada vez disfrutaba menos de estas vacaciones, pues todos ellos trabajan conmigo y temía que el rumor corriera como pólvora en toda la empresa, condenándome a ser el Pito Chico de la oficina.

 

   En un acto de osadía, respaldado por cuatro o cinco tequilas que me había bebido, decidí descubrir mis cartas y anuncié: “En efecto, como lo dije ayer y lo tomaron a guasa, tengo un micro pene, para bien o para mal es lo que hay. ¿Cuál es el problema? Ya dejémoslo ahí, por favor”. Sin embargo, las risas se multiplicaron, uniéndose a la mofa mi amigo y su esposa, quienes me animaban a mostrarlo ante todos. Desde luego que me negué, pero las risas continuaban, incitándome a hacerlo, a enseñarles mi Pito Chico, para convertirme en la botana de todos. Me indigné y les pedí que pararan, pero el alcohol ya los había vuelto inconscientes e insistían, por lo que quizá con la misma inconsciencia acepté, pero con condiciones: “Si quieren verlo, tendrán que ganarse el show. Juguemos strip póker o algo similar, yo también quiero tener la oportunidad de ganar algo”. Entre risas y alguna resistencia por parte de un par de las mujeres, al final todos aceptaron jugar strip póker; para quien no lo sepa, se trata de un juego de cartas en el que quien pierde se tiene que quitar una prenda de ropa, hasta que al final todos queden desnudos, o al menos los perdedores, que casi siempre son la mayoría.

 

   Comenzamos a jugar y, conforme avanzaba el juego, las tetas y los pechos masculinos fue lo primero que emergió al aire, por lo que mi erección no se hizo esperar, pero ya no me importaba: ¿Qué podía ser más vergonzoso que haber aceptado ante todos que soy Pito Chico? Obviamente, todos querían ver mis miserias, por lo que era evidente que conspiraban para desplumarme; sin, embargo, fue una de las chicas lesbianas quien se quedó sin nada primero; al verle la panocha casi eyaculo, mi excitación estaba a punto de mojar el short que contenía mi mini pene, lo que hubiera multiplicado las burlas exponencialmente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Irremediablemente, llegó el momento que todos esperaban y tuve que quitarme la última prenda, un bóxer que disimulaba muy bien mi falta de hombría, pero que súbitamente no escondería más mi vergüenza. La evidente expectación en la sala me provocó una sensación extraña: por un lado, moría de vergüenza por el patético espectáculo que estaba a punto de ofrecer y, por el otro, estaba completamente excitado ante los cuerpos desnudos que me rodeaban y, extrañamente, también me calentaba el interés que causaba mi escasa virilidad. Sin hacer más cardiaco el momento, me puse de pie y me quité el bóxer...

 

   Cuando mi patético Pito Chico de siete centímetros emergió erecto, lo primero que se multiplicó fueron las caras de asombro y el silencio, pero poco a poco fueron dando paso a las risitas tímidas, mismas que pronto se convirtieron en descaradas e insensibles carcajadas a costa de mi micro pene que parecía más de un puberto que el de un hombre de treinta y tantos. Mi amigo y su esposa no podían creer lo que veían y las lesbianas no salían de su asombro, pero Mónica y Claudia no podían contener las carcajadas, que se volvieron contagiosas, al grado de que la escena que ahí se mostraba era de lo más ridícula y humillante: un Pito Chico serio y desnudo parado en medio de todos, quienes señalaban mi grano y reían como si estuvieran en un divertidísimo show cómico en un teatro de mala muerte.

 

   Luego de un rato se calmaron los ánimos, pero no la desvergüenza que se apoderó de todos, ya que nadie se puso la ropa y quienes aún tenían alguna que otra prenda de plano se las quitaron, quedándonos todos en pelotas, incluido yo, la burla de la reunión, que empezaba a sentir un morboso placer al mostrar mi enano miembro ante quien quisiera mirarlo. Las risas dieron paso a la curiosidad: mi amigo y su esposa se compadecían de mí, lo cual no sé si era peor que la mofa, en tanto que las lesbianas se acercaban más con todo desparpajo para verlo mejor, como si estuvieran viendo un extraño pájaro extinto en algún museo citadino; por otra parte, Claudia y Mónica pasaron a la acción… Mónica es una chica en los veintes que había tenido sólo tres novios y hace mucho que no veía un pene, y mucho menos uno tan diminuto como el mío; sin embargo, Claudia siempre ha tenido fama de puta, de las que se conocen en la oficina por acostarse con todos y se decía que era una gran mamadora de vergas.

 

   Mónica me preguntó: “¿Puedo tocarlo?” y, sin esperar mi respuesta, lo tomó con dos dedos, como quien busca asir algo muy pequeño y delicado, que pudiera romperse. Estaba tan excitado que a los pocos segundos empecé a eyacular y ahora el chisguete bañó la cara de la atrevida manipuladora quien, lejos de asquearse, se unió a la risa de todos por mi inesperada venida, sin siquiera intentar quitarse el semen que ya le colgaba en la barbilla. Su carcajada y la de todos se eclipsaron cuando una de las chicas lesbianas se acercó y la besó en la boca, con mi esperma entre los labios de las dos y las manos de ambas recorriéndose con pasión. Todos mirábamos la erótica escena cuando mi amigo el casado me tomó la mano, voltee inmediatamente y pude ver como se besaba con su esposa, ambos espléndidamente desnudos, y sin mirarme hizo que agarrara su enorme verga parada, la cual inconscientemente comencé a chaquetear… pero eso lo contaré en una próxima historia.

 

 

CONTINUARÁ...

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